Versos a destiempo

Lo he sentido mucho por ti, de veras. Este no era el plan, no tenías que quererme.

Hoy he recibido tus versos pulcramente escritos, seguramente redactados con la pluma de oro que tanto aprecias, y me he dado cuenta de que tú no has comprendido nada. ¿No lo ves? Se trataba de una mera transacción, de un intercambio. 

Tu dinero por mi tiempo; tus contactos por mi papel bien representado de mujer a tu medida; las oportunidades que solo tú podías ofrecerme a cambio de mis habilidades y mis deseos de complacerte en todo. 

Bueno, para ser justos debo reconocer que tener entre las manos tu misiva sí me ha hecho temblar, aunque seguramente no del modo en que tú pretendías. Una nausea perversa ha sembrado de reverberaciones el camino que va desde mi estómago hasta mi garganta. Me pasa siempre con los imprevistos y desde luego esto no lo esperaba. 

Él me ha preguntado si me sucedía algo y le he contestado que eran los nervios por nuestro inminente viaje. Por supuesto no sabe que ya hice otros cruceros contigo, pero no te apures, sabré recrear un gesto de genuina sorpresa a cada maravilla que me descubra. 

Sé que tarde o temprano empezarás a atar cabos y no quisiera tener que ser yo quien aclarara los aspectos más prosaicos de nuestra relación, pero quizás te convenga abrir los ojos de una vez por todas. 

¿Nunca pensaste que todo era demasiado perfecto entre nosotros, que compartíamos demasiados gustos y aficiones, que yo me amoldaba como un guante a tus necesidades antes incluso de que las manifestaras? Puede que yo no tenga tus recursos económicos ni tu preparación, pero tengo tanta o más ambición que tú y sé gestionarla. Nada era fruto de la casualidad, querido, ni siquiera que me gustara el papel de dominatriz en el dormitorio. Hice muy bien mis deberes antes de acercarme a ti.

Aunque si tengo que ser honesta, he de reconocer que hay algo que quizás no he sabido hacer, y es lograr una ruptura creíble, una que tú pudieras asimilar y hacer tuya. Por eso nos vemos en esta tesitura. Si me hubieras permitido abandonarte aceptando mis razones inventadas pero plausibles, si hubieras tenido el orgullo suficiente para dejarme marchar sin buscarme o si me odiaras en lugar de escribirme poemas, todo sería más fácil.  Y contrariamente a lo que pienses de mí, no soy una mala persona; solo soy una superviviente. Por eso mismo debo advertirte: no me causes problemas o ambos acabaremos cubiertos de lodo, por decirlo con palabras que probablemente tú mismo usarías.

No hay mucho más que decir y ya casi es la hora. Su chófer espera para llevarnos al aeropuerto, debo marcharme. 

Querría despedirme diciéndote que hoy salgo de tu vida para siempre, que acabarás por enterrar mi recuerdo y que con el tiempo me convertiré en nada para ti, ni siquiera seré un mal sueño. Lamentablemente no puedo. 

Sé de cierto que mi nuevo acompañante y tú frecuentáis círculos similares, que coincidís en gustos respecto a algunos clubs y hoteles. Después de todo él es de los tuyos, tu hijo para ser más precisa (por favor, no te enfades, comprende que él puede ofrecerme algunas cosas que quedan fuera de tu alcance). No pretendo herirte, pero creo posible que volvamos a vernos y quiero que estés preparado, que no te traicione la sorpresa. 

Seguramente pido más de lo que merezco pero si sucede, si todo marcha tal y como lo he planeado y me lleva ante ti para presentarte orgulloso a la que ha de ser su esposa, espero que estés a la altura y que mantengas el tipo. Siempre fuiste un caballero conmigo y, aunque no tenga derecho, no espero menos de ti tampoco en estas circunstancias. A los dos nos va demasiado en ello. 

Si te sirve de consuelo hay muchas Martas a la vuelta de cada esquina y yo, ahora lo sabes, soy perfectamente sustituible. 

Hasta pronto,

M.

Julia C. Cambil